Cocinar sin quemarse.

El chef Martín tenía una teoría:
cuanto más cansado terminaba, mejor había trabajado.
Así que vivía en modo servicio continuo.
Dormía poco, comía mal y respondía “todo bien” con cara de espátula usada.

Un día, mientras intentaba flambea⁠r unas peras,
se le quemó el mantel, el delantal y casi la paciencia.
Su ayudante, con un poco más de sentido común que de experiencia,
le dijo:
—Chef, ¿y si bajamos el fuego?

Martín bufó.
“¡El fuego es lo que da sabor!”

Tres días después, perdió la voz en mitad del pase,
la cafetera explotó y el camarero nuevo renunció antes del postre.
Entonces lo entendió:
no era el fuego el que daba sabor,
era el equilibrio entre no apagarlo… y no achicharrarlo todo.

Desde entonces, Martín cocina distinto.
Sigue corriendo, sigue gritando a veces,
pero entre pase y pase se toma un café, respira y se ríe un poco más.

Porque descubrió que un restaurante sin humor
arde más rápido que un flambé mal hecho.

Moraleja:

No se trata de apagar el fuego.
Se trata de no convertirte en la sartén.

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